martes, 4 de junio de 2013

El timo en Sijha - M.C.Carper - Cuento de ciencia ficción

Mientras corrijo y reescribo la serie de siete libros que llamo Enfrentamientos de los Dioses, suelo entretenerme imaginando relatos de ese universo. Tienen una relación indirecta con los personajes o eventos de la saga principal. En muchos cuentos ubico la acción en la política expansionista del Régimen Dobo. Una sociedad de gobierno dictatorial que promueve el fanatismo y la supremacía. “Incursión en Aguand” y “Leal al Régimen” pertenecen a ese grupo. El timo de Sijha fue publicado en NM, la revista de Santiago Oviedo. Sijha es un planeta habitado por moluscos inteligentes que tratan de sacar ventaja a un grupo de humanos con una situación inesperada.

El timo en Sijha
M.C.Carper

El trasbordador espacial había iniciado la maniobra de frenado, Otto Gunthar lo supo antes de contemplar el anuncio con letras rojas del asiento. El efecto de coriolis, aquel mareo sutil, le advirtió. Los otros pasajeros no le prestaban atención, la amargura de estar en esa parte de la galaxia era contagiosa.
Sijha, Sector Ulberanam, en la Tercera Elipse FDG7884, uno de los grandes aliados del Régimen Dobo. No era un Sistema Estelar con atmósferas envenenadas o lunas muertas, pero la civilización del cuarto planeta provocaba una aversión natural, eran moluscoides, criaturas de dos metros de altura, babosas que se movilizaban reptando por un único y carnoso pie. Se autodenominaban Ramblucks y Otto tenía órdenes de negociar con ellos  e informar si eran de fiar, pero a mitad del viaje le llegó una transmisión codificada: tenía que investigar la muerte de un rambluck en la Estación Espacial del Régimen, el Fuerte Mahler, una de las primeras provistas con hipertraslación. Cuando los garfios de amarre conectaron al trasbordador, Otto dejó su asiento para abordar al Fuerte.
La recepción no tuvo demasiada ceremonia, todo el personal parecía estar muy ocupado. Ahí estaba su contacto, el AT (Administrador Territorial) de Sijha.
Se estrecharon las manos
—Bienvenido, Coronel Gunthar. Soy August Karleb. —se adelantó a decir el AT.
—He visto holografías suyas, dicen que los sijhanos no simpatizan mucho con su titulo. —Comentó Otto.
—No, para nada. Estos moluscoides son muy rencorosos, no nos ven como dobos, para ellos todos los humanos son iguales. Nos relacionan continuamente con los déspotas comerciantes de la época Monárquica, a pesar que hace treinta años que desaparecieron.
—Espero que no nos confundan con la Unión.
—A ellos los odian, la derrota en la última guerra está latente —comentó Karleb en voz baja. A ningún soldado le gustaba reconocer que la Unión había ganado y existía la posibilidad de que algún oficial político estuviese fisgoneando, en ese momento se le ocurrió que Otto podía ser un espía—. Por suerte, sus gobernantes han aceptado la política del Régimen, eso los hace tan dobos como a nosotros, acompáñeme, por favor.
Hizo ademán de coger el maletín del coronel, pero éste lo detuvo con un gesto cortante, se encogió de hombros y lo guió por un pasaje de paredes grises.
—Cuénteme sobre el progreso de nuestro trabajo, hay quienes piensan que se ha invertido demasiado y el trato es ventajoso para los Ramblucks. —dijo Otto sin eufemismos, fingiendo ignorancia sobre la muerte del sijhano.
—Obviamente se refiere a la opinión del Alto Mando. Pues no nos ha sido fácil, los moluscoides borrarían con el codo, si lo tuvieran, todos los pactos que firmaron. ¿Está enterado de los detalles?
—Estudié los documentos, si se respetan ganaríamos mucho y ellos no perderían nada. En realidad, ellos ya están ganando.
—Explíquese, coronel. —Preguntó Karleb precavido, el tono de Otto no era nada amistoso.
—Les proveemos de materia prima y tecnología para construir esa esfera solar a cambio de que los colectores de energía nos sirvan de abastecimiento. En nuestros planes, comenzaremos a disfrutar nuestra parte del convenio, mucho antes de que terminemos esa monstruosidad espacial, pero ya hemos superado los envíos estimados y no hay ningún generador activo proveyéndonos de energía. Para cuando las velas solares cubran su astro rey, perderemos la ventaja, suponíamos que eso demandaría mucho tiempo.
—Suena bonito expresado así y leerlo debe ser igual, sólo que está muy alejado de la realidad. Han surgido cientos de inconvenientes, en su mayoría debido a la inestabilidad de los aros que rodean a la estrella. Doce de mis hombres han perdido la vida en este año. Los moluscoides no colaboran con nosotros, si no todo lo contrario, debemos doblar la seguridad de los envíos de materia prima. Descubrimos que la roban, aún no sabemos con que propósito, pero lo hacen y lo peor ha sido la llegada de los luxorianos.
—¿Qué? ¿Cómo es posible? No lo han reportado —Otto lo pensó mejor antes de agregar otro comentario, el Primario Dobom, el fundador del Régimen, era luxoriano. Había demostrado ante toda la galaxia su imparcialidad con respecto a las distintas especies conocidas, un espía como Otto sabía estar prevenido para cualquier circunstancia inusitada —. ¿Han intervenido? ¿Dónde están? —Concluyó más calmado.
—En alguna parte de Sijha, a esos biomecánicos no les afecta ese planeta de musgo, debe ser parecido a Luxor. Sé que son nuestros aliados, pero no se comunicaron con nosotros, ni hemos recibido notificación de que vendrían y no suelen compartir su tecnología, algo traman.
Karleb se detuvo para indicarle la puerta del camarote a Otto. Le dio una tarjeta de acceso personal.
—¿Alguna novedad más, AT?
—Sí. Hemos sufrido una desgracia, un supervisor sijhano de control de calidad fue hallado muerto en uno de los pasillos del generador. —Karleb habló tratando de ocultar lo embarazoso del informe.
—¿Cómo murió?
—No podemos hacerle una autopsia, los Ramblucks lo prohíben. Estamos esperando que envíen su equipo médico.
—Una mala noticia en verdad.
—Lamento no poder dedicarle un minuto más en este momento, he de supervisar la calibración de la órbita del segundo aro solar. Ya descargué todos los datos en su computadora. Estaré disponible para colaborar con usted en treinta horas estándares, hasta entonces. —Karleb se retiró a paso vivo; estaba preocupado por la situación y sabía disimularlo bien, aprovecharía esas horas, pensando en respuestas precisas para Otto.

Gunthar entró al camarote, un habitáculo sin espacios inútiles; al estilo típico del Régimen Dobo. Disponía de un lecho plegado en la pared, un breve escritorio con la terminal conectada. Un lavado minúsculo que incluía un botiquín que se hallaba en el lado interno de la puerta y dos armarios diminutos colgando a la altura de los ojos. También descubrió un gabinete para uso personal, mas no se molestaría en examinarlo, a sus archivos los llevaría encima en todo momento.
Encendió la computadora. Leyó los informes, era un reporte correcto y preciso de fechas, cantidades y horarios de envío y recepción, nada que le sirviese para tener una idea clara de la situación. Lo único interesante era que un operario había encontrado el cadáver, de inmediato fue llevado a la morgue. El rambluck había llegado solo, el mismo día de su muerte. Dejó el ordenador y utilizó su cerebro.

¿Qué es lo que sé sobre estos Ramblucks?

Son belicosos, no se doblegaron ante los monárquicos, ni ante al Arcontado. No han aceptado la política de la U.R.N. (La Unión de las republicas del Núcleo), pero han aceptado de buen grado al Régimen Dobo.
No tienen enemigos declarados, pero parecen un tanto xenófobos, quizá sólo detesten a los humanos a causa del monopolio comercial.
Su civilización es del Quinto Nivel, como nosotros, integran al Senado Universal y dominan el viaje espacial. Tienen armamento de última generación y varios escuadrones de combate espacial, aunque sus militares no se han lucido como los nuestros.
Entonces… ¿Qué debilidades tienen?

Son renuentes a abandonar el planeta Sijha, siempre que tienen alguna conferencia, la realizan encerrados en bolsas de humedad o en cubículos obstruidos por cortinas plásticas. Y no les gusta recibir visitas…

¿Qué podrían ofrecerles los luxorianos? ¿Qué tratos tendrán con ellos?

Es cierto lo que dijo el AT. Hay ciertas semejanzas: El planeta de los biomecánicos, Luxor, está vedado para cualquier ser extranjero, sólo permiten acercarse hasta el cinturón órbital ecuatorial que rodea a ese mundo. Nunca tiene más de un embajador para atender los asuntos externos, el anterior fue Dobom, nuestro líder. Sin embargo, estos biomecánicos, no le temen a nada, sus cuerpos son filosos como navajas, son tan altos como los Ramblucks, pero emanan poder y agilidad, aunque son muy parcos en sus negocios diplomáticos.
No puedo esperar a que los datos lleguen a mí, he de buscarlos lo antes posible.

Otto, estudió su pistola Pixie de dos mil calendas de potencia. La cargó y la guardó en la funda que llevaba en el interior del saco. Abrió la puerta del camarote, dispuesto a comenzar su misión.

El AT, August Karleb, impartió órdenes enérgicas a su jefe de estructuras, Guillett. El calor en el pequeño tractor espacial era insoportable debido a la proximidad con el sol. Había un equipo de cincuenta tractores para calibrar la órbita del aro. Por supuesto, la denominación tractor era una alegoría. Se trataba de navecillas con un paquete de sensores unidos en red al computador de la estación. El aro solar, de una U.A. de diámetro tenía sus propios impulsores de ajuste.
Guillett no tenía el mejor humor aquel día, en realidad, no se le conocían días buenos.
—¡Esto es culpa de esos malditos caracoles! —gruñó—. ¿No insistieron en que nos auxiliarían en este tipo de emergencias?
—Sabes mejor que nadie que los Ramblucks no soportan este calor, es imposible para ellos operar aquí. —le explicó apretando los dientes, el AT
—¡Es su maldito Sistema y su maldito problema! Además, se roban el hierro y las herramientas ¿Por qué no deja un destacamento en Sijha para proteger los envíos?
—Porqué no me sobra gente, Guillett —estuvo tentado de decirle que alguien había sido enviado para solucionar ese asunto, pero Karleb no era un bocazas—. Continúa trabajando y deja de quejarte.

El piloto de la lanzadera enmudeció cuando vio la credencial de Otto, todas sus objeciones de llevarlo a Sijha carecieron de fuerza ante la tarjeta marcada con el ADN del Primario Dobom. Informó a los controladores de la pista y revisó los instrumentos del cockpit. La nave contaba con fuselaje aerodinámico para atmósferas, podía cargar hasta cincuenta pasajeros y poseía una suite para oficiales. Extrañamente,  y para su incomodidad, Otto decidió acompañarlo en la cabina.
—Bien, señor. Avistaremos el planeta de los moluscoides en menos de una hora. —comentó el piloto.
—Gracias.

Todos los planetas civilizados se caracterizan por los olores. Es algo que se nota mucho más en las astronaves. Nunca se puede evitar, los seres vivos despiden su propia mezcla de aromas. Obviamente, la química afecta del mismo modo a los órganos olfativos. El coronel Gunthar lo había experimentado en varias ocasiones, pero Sijha sería inolvidable, olía a descomposición. No como a un pantano, recordaba más a una habitación abandonada, llena de cosas podridas. La vegetación era violácea, casi rojiza, debido a la atmósfera y la enmarañada jungla que filtraba la luz. Los troncos de los árboles eran nudosos y plagados de hongos, alzando las copas a más de cien metros sobre el suelo, como un escudo natural. Por eso los Ramblucks querían tapar el sol, su enemigo eterno. Ante él, se abría un claro cubierto de líquenes, se cuidaría de no resbalar, no contaba con la ventosa adherente de los Ramblucks. El piloto que lo había traído, mostró hastío cuando Otto le informó que debía esperarlo hasta que terminase su labor.
—¿Tardará mucho, señor? —se atrevió a decir el navegante.
—No lo sé, soldado. No me gusta alentar falsas esperanzas. —le aseguró el agente dobo sin alegría.

Avanzó por un sendero cubierto de fungosidades, cada vez que elevaba un pie, las botas hacían un incómodo sonido de succión. La embajada de los Ramblucks era un edificio acampanado cuya textura recordaba al caparazón de un quelonio, él sabía bien lo que era, se trataba de Igostreg, un alga trepadora de Sijha que al morir adquiere dureza similar al acero, los sijhanos la habían domesticado para construir  viviendas. Los muros y los techos eran de igostreg.
Se paró en la entrada, una gran compuerta en forma de trapecio. Al cabo de un minuto se abrió permitiéndole el paso. Avanzó por pasillos, cuyas paredes rugosas e irregulares emitían un tenue resplandor rosado, imitando el crepúsculo del planeta. Se dejó guiar por la luz hasta otro portal, cuando las hojas de este se separaron, descubrió una sala oval con unas mesa curva donde lo esperaban cuatro Ramblucks. Eran ancianos, se dio cuenta, porque las espaldas estaban cubiertas por una delgada valva.
Los traductores sijhanos se activaron. Escondidos entre los pliegues de las paredes atisbaban guardias con las armas listas, apuntándole.
Eso me resulta familiar, pensó Otto.
—Recibimos su comunicado, Coronel Gunthar —comenzó uno de los moluscoides—. El asesinato de uno de nuestros Ramblucks en su estación espacial anulará todos los acuerdos que hemos firmado con sus superiores.
—¿Asesinato? —Otto se daba cuenta del giro que pretendían dar los sijhanos a la situación—. Eso sería muy conveniente para los Ramblucks, ahora que la parte más difícil de la construcción de la Esfera Solar está terminada. Sólo tendrían que desplegar las velas colectoras entre los aros siderales. La materia prima les ha salido gratis y la asistencia técnica, también. Debe demostrarse que la muerte de su rambluck fue provocada.
—Usted nos ha estudiado, es el único que ha solicitado acceso a nuestros archivos culturales. No desconoce que fuera de nuestro planeta tomamos todas las precauciones de seguridad —El lenguaje del ser era una mezcla de salivaciones y gorgoritos, contrastaba con la dulce voz del traductor—. El muerto llevaba su traje humectador con gelatina suavizante. Con el, nada puede haberle ocasionado la muerte.
—Ni usted ni yo, podemos asegurar eso, el cuerpo está en la morgue de la estación y sus leyes impiden que lo examinemos —Otto necesitaba ver al rambluck, asegurarse si se trataba realmente de un asesinato—. Dudó muchísimo en la teoría de un crimen.
—Nuestros expertos le facilitarán todas las pruebas.
—¿Eso no es un poco arbitrario? —prorrumpió Otto, cansado por la terquedad de los Ramblucks y la falta de un asiento. En Sijha no existían las sillas porque los moluscoides descansaban en su único tronco y pie motriz—. La ley del Régimen exige que haya delegados de ambas partes en un asunto de este tipo. Como representante del Primario Dobom, no aceptaré otra manera de proceder.
Los Ramblucks apagaron los traductores y dialogaron entre ellos. Otto contempló las burbujas que se formaban en las bocas mientras discutían. Transcurrieron veinte minutos antes de poner en funcionamientos los traductores, otra vez.
—Haremos una excepción en este caso —declaró el Rambluck—, permitiremos que asista a la autopsia junto a un oficial médico y un guardia.
—Yo también necesitaré de un asistente, quiero al AT de Fuerte Mahler conmigo. —Otto había estudiado a los Ramblucks, pero Karleb hacía años que lidiaba con ellos, su experiencia sería muy valiosa.
Esta vez demoraron media hora para ponerse de acuerdo. Gunthar sabía que aceptarían, a pesar de que sentían mucha antipatía hacia el AT dobo. Se preguntó como reaccionarían cuando les lanzara la pregunta que había reservado para el final. Cuando asintieron, otorgándole lo que pedía, dijo:
—A propósito… ¿Qué saben sobre unos luxorianos trabajando por aquí?
Sus palabras provocaron racimos de burbujas.
—No son luxorianos, es un luxoriano. Un asesor técnico en arquitectura espacial —explicó el rambluck—. Necesitamos una segunda opinión.
—Entiendo —expresó Otto, adelantado el mentón—. Yo también necesito otra opinión al respecto, lo consultaré con el Primario Dobom y leeré otra vez las condiciones de nuestro acuerdo, tal vez pasamos algo por alto. El encuentro ha sido muy instructivo y agradezco que aceptaran recibirme.
—Respetaremos la ley, coronel.
—Hasta luego, señores. —Saludó Otto, haciendo sonar los tacos de sus botas.

El piloto de la nave, se alegró cuando lo vio salir del irregular edificio, no soportaba un segundo más al fungoso planeta. Partieron de regreso al Fuerte Mahler.

Apenas puso un pie a bordo de la estación, exigió la presencia del AT. Eligiendo la antesala de la morgue para el encuentro.
Había transcurrido un día entero en horas estándares, pero en todo ese tiempo, Karleb no había descansado, igual que él. El AT estaba desaliñado, cubierto en sudor y con un evidente mal humor.
—¿Al menos, consiguió calibrar ese aro? —preguntó Otto mientras sorbía un té y disfrutaba de un cómodo asiento.
—Por supuesto ¿Y usted, coronel? ¿Avanzó algo en su investigación?
—Me faltan unos detalles, por eso mandé llamarlo. ¿Se considera la máxima autoridad doba en esta parte de la galaxia? —Los ojos de Otto sostuvieron la mirada del AT.
August Karleb no era un hombre que gustará de los subterfugios, optó por ser sincero con aquel hombre sin importarle las consecuencias; estaban bien lejos del Alto Mando y se las había apañado solo desde que había llegado, años atrás.
—Claro que lo soy, a excepción de usted. Es un hecho que yo conozco esta estación mejor que nadie y a cada miembro del personal.
—Exacto, estoy completamente de acuerdo —acotó Otto con una extraña sonrisa—. Los sijhanos opinan que asesinamos a uno de los suyos, quieren cancelar los acuerdos y estoy seguro de que continuarán la construcción de la Esfera Solar, asistidos por la tecnología luxoriana.
—¡Babosas traicioneras! —Gruñó Karleb—. Están aprovechándose de un accidente.
—¿Por qué está tan seguro? ¿Descarta un asesinato?
—Conozco a mi gente, señor. No les caen en gracia los moluscoides, pero no los veo capaces de matar a un supervisor… es difícil hacerles daño con esos trajes voluminosos que usan.
—¿Vio el cadáver?
—No, estaba fuera, en los aros. Pude revisar las grabaciones del traslado hasta la morgue para seres no humanos —adelantándose a la siguiente pregunta de Otto, aclaró—: No tenemos cámaras en los pasillos del generador, la radiación las hace inútiles.
—Radiación, quizás eso provocó la muerte del moluscoide. —Sería una simple explicación que resolvería el asunto, pensó.
—Puede ser, pero no es nociva para alguien que sólo estuvo diez minutos en ese lugar. Ellos tiene libertad para meterse donde quieran, está en el tratado. No es posible acompañarlos a todos los lugares que escogen caprichosamente.
—August —dijo Otto, bajando el tono de voz a ser casi inaudible—, necesito inspeccionar el cadáver, antes de que arriben los sijhanos.
—Eso violaría…
—No necesita recordármelo. ¿Puede hacerse? No debe quedar ninguna prueba y no contamos con tiempo, tal vez estén abordando en este momento.

El AT se ocupó personalmente de reemplazar las grabaciones de la morgue que los mostraban ingresando a la cámara  mortuoria dispuesta para el sijhano. No fue sencillo cambiar los datos de grabación que se retransmitían en tiempo real a la computadora central de la estación y luego se copiaban para enviar por hiperonda al Alto Mando. Tampoco retrasar el abordaje de astronaves llegadas de Sijha sin parecer sospechosos. Los empleados de control de tráfico le aseguraron que conocían miles de excusas y que no era la primera vez que las usaban.

Otto Gunthar y August Karleb se encontraron, enfundados en sus trajes anti contaminación, frente al cuerpo inerte del sijhano. Pensaban en las muertes de los trabajadores en la Esfera, la desaparición de los envíos, la presencia de los luxorianos y las intrigas de los Ramblucks. Mucho dependía de lo que descubriesen en ese cadáver.
Estaba muerto, era obvio. Llevaba el traje puesto, pero este estaba desinflado como si el líquido gelatinoso hubiese escapado. Los largos brazos colgaban a los lados de la camilla.
—¿Es normal que el liquido desaparezca? —dijo Otto.
—Nunca vi uno de estos muertos. Supongo que se secan, como las babosas. Ya lleva tres días así.
—Sí, sus congéneres han demorado bastante para traer a los expertos. Tal vez, quieran que desaparezcan evidencias de una muerte natural —conjeturó el coronel. Sospechaba cada vez más de la teoría de un crimen. Entonces descubrió algo perturbador: la manga del brazo izquierdo estaba rasgada, un corte de diez centímetros—. ¿Qué es esto?
Apartó las capas del traje con una pinza, la piel del rambluck en esa zona estaba más deteriorada que el resto, como carcomida. Karleb se aproximó a estudiarla, lucía como una quemadura, pero el resto del cuerpo estaba brotado, lleno de erupciones.
—¿Envenenado? —murmuró.
Gunthar le indicó que le permitiese mirar, apartándolo con un ademán. Tomó un analizador médico portátil y recorrió la zona expuesta. El AT expresó nervioso:
 —¿Qué opina usted del envenenamiento?
        Otto levantó la cabeza antes de responder.
        —Me esfuerzo por no pensar en ello. Últimamente han ocurrido demasiadas cosas horrendas. Quizá no fuese veneno.
—Lo era —dijo Karleb.
—¡Explíquese! —dijo el coronel irguiéndose.
—No aquí, señor. Debemos sellar este lugar para los moluscoides.

Volvieron a la antesala. El AT se encargó de clausurar la entrada a esa sección, negando el acceso a cualquier tarjeta que no fuera la suya  o la del coronel Gunthar.
—Bien, lo escucho, August. —dijo.
—Ya vi heridas como esa, antes —comenzó Karleb—. Fue en mi única visita al planeta Sijha. Ocurrió cuando les enseñaba a operar los tractores, un técnico moluscoide se acercó curioso. Allí en su planeta no usan los voluminosos trajes, yo estaba sudando, como siempre que trabajo. De repente, vi al sijhano retorcerse. Cayó exudando una enorme cantidad de baba. En seguida llegaron otros y lo cubrieron de mantas húmedas —Karleb se mordió el labio inferior mientras recordaba—. La demostración se interrumpió y me detuvieron en una celda durante una hora. Me interrogaron hasta que se convencieron de mi inocencia, pero no me explicaron nada de lo que había ocurrido. Así que investigué por mi cuenta —se miró las manos callosas—; es el sodio en nuestro organismo, los quema como ácido, pero también tenemos una proporción ínfima de molibdeno que combinada con la piel de los caracoles se transforma en veneno. Si no son atendidos de inmediato, es mortal. Todo el personal de esta estación conoce ese incidente.
—Alguien tuvo contacto físico con el rambluck, alguien lo mató, Karleb.
—¡Maldita sea! —Exclamó con frustración el AT —. Llamaré al operario que lo encontró, es nuestro único sospechoso.

Anna Doberer era quien había hallado al sijhano, era una chica con excelentes calificaciones, la oficial técnica más joven de la estación, de apenas dieciocho años.
Se mantenía en posición de firme mirando al frente, su corto cabello rubio no disminuía su belleza juvenil y no tenía el tipo de una asesina.
—Entonces encontró al moluscoide caído a un lado del pasillo —dijo en voz alta, Otto, leyendo el informe de la muchacha que tenía en las manos—, pero no encontró signos vitales. ¿Qué sabe de morfología sijhana?
—Respiran oxigeno, señor, tienen pulmones y corazón. No había señales de vida en ese ser, señor.
—¿Lo tocó?
—En ningún momento, señor.
—¿Se da cuenta de que si encontramos rastros de su ADN en la criatura, puede sometérsele a una corte marcial?
—Hallará mi ADN en el traje, señor, porqué arrastré el cuerpo fuera del pasaje del generador. —la chica trató de mantener la compostura, pero algo de color había desaparecido de su rostro.
Karleb intervino, estaba convencido de la inocencia de la joven.
—¿Qué hacía ahí, oficial? No es su área de trabajo.
La pregunta puso muy nerviosa a Anna, los ojos brillaron cuando dijo:
—Quería ver el generador de la estación, era mi hora de descanso.
—¿Sin autorización? —dijo Otto.
—Estaba autorizada, señor, pero era extra oficial. Consideré que no era nada peligroso… entonces vi al sijhano… —balbuceó la chica.
—¿Quién la autorizó?
—El jefe de estructuras, el teniente Guillett.
Ordenaron el arresto de la chica, para mantenerla aislada y convocaron a Guillett. El técnico era un enemigo de los Ramblucks, los odiaba por muchas razones: Se negaban a colaborar y los robaban, pero también los culpaba por la muerte de su prometida, una de las espacionautas perdida ese año. Era un hombre robusto, acostumbrado a usar su fuerza para resolver los problemas. Se mantuvo de pie durante todo el interrogatorio.
Karleb lo conocía desde los comienzos de la construcción y lo había acompañado en los peores momentos, no podía entender la situación.
—Cuéntanos todo, Guillett —ordenó el AT—, el tiempo es muy escaso.
—Fue un accidente, lo juro —dijo Guillett secamente—. Me cruce con el caracol, estaba haciendo mi revisión diaria. De pronto, lo vi estremecerse. Cayó sobre mí. Esos monstruos pesan entre cien y ciento veinte kilos, no soy muy alto y sólo atiné a tomarlo del brazo, pero estaba descubierto. Apenas lo rocé, comenzó a lanzar baba espumosa, un asco. Me aparte y lo contemplé sufriendo. Sus estertores eran mudos, al tiempo que se revolvía sobre sí mismo para detenerse después. Supongo que murió en ese momento, todo fue muy rápido.
—Entonces decidió enviar a una chica inocente para que pagara por su error. —el tono de Otto contenía su furia.
—Sabía que nunca la culparían. Anna es un ángel, en cambio a mi, todos me conocen. Aunque no era mi intención hacerle daño a ese caracol, ahí estaba, muerto. Nadie creería en mi inocencia, pero le juro que no lo mate. No sé como se rasgó su traje… No pude impedir tocarlo. Como le dije, se abalanzó encima mío.
—Queda arrestado, Guillett. Bajo sospecha de asesinato. —dijo Otto Gunthar con una expresión de cansancio muy acentuada. Los guardias se llevaron al jefe de estructuras, dejándolo a solas con Karleb.
—Creo que dice la verdad, coronel —le dijo este—. Fue un maldito accidente, pero supongo que los sijhanos nunca lo creerán.
—No importa lo que crean —declaró Otto, sorprendiendo al AT de Sijha—. No podemos perder a una oficial prometedora y a un jefe de estructuras con mala suerte. Sin mencionar que nuestro acuerdo con los Ramblucks es demasiado valioso para el Régimen, tengo una idea que puede resolver el asunto.

El experto médico y el guardia sijhano, abordaron veinte minutos después. Parcos y directos, ignorando todas las atenciones que les dirigían.
Cuando llegaron a la morgue, se encontraron con una desgraciada sorpresa: el cuerpo de su congénere había desaparecido, devorado por bacterias en los líquidos conservantes, no había quedado nada. El coronel Otto Gunthar se deshizo en explicaciones y disculpas.
—Son muchas las especies galácticas que tenemos registradas, de la mayoría desconocemos la morfología —dijo—. No sé como se cruzó esta información. Teníamos entendido que los Ramblucks se conservaban en ambientes regulares para las especies de este Sector, como los gusanos de silicio, o los crustáceos calcáreos de Yumix. No quisimos intervenir hasta hoy, si hubiesen llegado medio día antes, tendrían el cuerpo intacto.
—Esto cancela cualquier acuerdo con ustedes. —exclamó el médico a través del traductor de su traje.
—¿Por qué? ¿Por una muerte natural? Estamos seguros de que a ese rambluck le fallo el corazón, es el peligro de aventurarse al espacio sin entrenamiento físico.
—Ustedes lo mataron.
—¿Tiene pruebas, doctor? No consentiré otra acusación de su parte sin pruebas.
El sijhano calló, no actuaba como un médico, parecía un oficial político médico.
—Entiendo su pesar —continuó Otto—, no hay forma de compensar una pérdida como esta, pero podemos facilitarles una nueva defensa al Sistema Sijha —el Primario Dobom le había dado la idea, durante una breve conversación hiperonda, necesitan proteger su futura base de abastecimiento—. Digamos que cuatro Cañones interplanetarios Núcleo, en la quinta órbita, podrían calmar los ánimos.
—Es un arma prohibida, coronel. —comentó el rambluck.
—Por las convenciones actuales, pero eso cambiará. ¿Qué dice?
—Hace tiempo que pensamos en una defensa para el Sistema, la aceptamos con gusto. —Los sijhanos les dieron la espalda dispuestos a retirarse.
—Ah, doctor… —les dijo Otto cuando cruzaban la salida—. No es necesario que lo ayuden los luxorianos.
—No —dijo el rambluck sin volverse—, eso pertenece al pasado.

El AT de Sijha, August Karleb, declaró el día libre en la estación. Se organizaron fiestas y el ánimo mejoró.
Se reunió a cenar con Otto para brindar por el éxito de los tratados. La comida fue del gusto de ambos, pero el coronel se negó a festejar antes de mostrarle algo a Karleb.
Apartando el plato y las copas que tenía en frente, colocó su computador portátil. — Como sabrá, he solicitado el acceso a los correos hiperonda de todos los miembros de la base. Obtuve un hallazgo muy interesante, que deseo compartir con usted —explicó Otto misteriosamente—. Es curioso, no he visto caracteres luxorianos más que en el Alto Mando, durante mis entrevistas con el Primario Dobom y de improviso los encuentro en dos correos codificados de uno de nuestros operarios, aquí, en Fuerte Mahler.
El AT apartó su comida.
—¿Adivina quién recibió estos mensajes? —Preguntó Otto.
—Dígalo de una vez.
—Nuestro querido Jefe de Estructuras Guillett.
—Ese traidor… Entonces es el asesino, un espía contratado por los luxorianos, los Ramblucks tenían razón.
—Eso no es relevante, ahora —aclaró Otto con tono cordial, sabía que no era agradable descubrir un traidor entre la gente de confianza, por eso había decidido decírselo personalmente—. ¿Qué quiere hacer con Guillett?
—Que la ley del Régimen se encargue de él —dijo Karleb después de pensarlo, la traición era uno de los crímenes más despreciados en el Régimen. Era mejor dedicarse a las personas que crearían el futuro—, estaré muy ocupado, enseñándole el oficio a esa niña, Anna Doberer.
Sonrieron alzando las copas y brindaron por ello.



CARPERMC@Gmail.com